Cheever y una pieza de exquisita literatura

 

Cheever

    Asomarse a las cartas de alguien supone un tinte de voyeurismo, de intimidad vulnerada pero –a la vez– genera una corriente de piadosa comprensión hacia el autor de las misivas. Mucho más si se trata de un escritor, acostumbrado a exorcizar demonios propios en personajes o tramas en las que muchas veces se adivina una sospechosa ajenidad.

   "Diarios", de John Cheever (Literatura Random House, 496 páginas, 2018) es pieza exquisita para conocer el costado anónimo, los secretos, miedos y obsesiones del Premio Pulitzer norteamericano, autor de "El nadador", entre otras joyas literarias. Las cartas fueron redactadas en escenarios variopintos: desde pensiones hasta una lujosa mansión con infinidad de habitaciones, en las que Cheever recibía a jóvenes promesas de la literatura.

    Pese al deseo del autor para que estas cartas fuesen destruidas, Benjamin H. Cheever, su hijo, desoyó el deseo paterno. “Guardar una carta es como intentar conservar un beso”, afirmaba el escritor. Una de las tantas maravillas en forma de palabras que se encuentran en estos besos al aire (a veces dulces, a menudo amargos, otras a mitad de camino) que se diseminan en un libro de lectura intensa, melancólica y profundamente humana.

     “En la madurez hay misterio, hay confusión. Lo que más hallo en este momento es una suerte de soledad. La belleza misma del mundo visible parece derrumbarse, sí, incluso el amor. Creo que ha habido un paso en falso, un viraje equivocado, pero no sé cuándo sucedió ni tengo esperanza de encontrarlo”, es la puerta de inicio a un mundo habitado por el alcohol, la bisexualidad y la falta de confianza. “Nunca estoy satisfecho con mi trabajo; nunca sale a la luz como yo lo concibo”, escribió Cheever.

    Rodrigo Fresán aportó notas ampliadas y revisadas, y también se encargó de elaborar una cronología biográfica del escritor, una alquimia rica e inusual entre crónica periodística y literatura. Un aporte significativo y funcional para comprender el contexto de los momentos narrados en primera persona, un afuera imprescindible para decodificar los ecos del adentro que resuenan en las cartas del narrador.

    “He vuelto con sentimientos encontrados. Bajo este techo he conocido mucha felicidad y mucha desdicha. La casa es encantadora, el olmo espléndido, hay agua donde termina el jardín, y sin embargo quisiera ir a otra parte, quisiera irme de aquí. Tal vez se deba a mi esencial falta de responsabilidad, a no estar dispuesto a acarrear la carga legítima del padre de familia o jefe de la casa. No importa cómo lo mire, me parece mezquino, de un provincianismo obtuso. Es en parte el provincianismo en el ambiente lo que hace que quiera mandarlo todo a hacer puñetas. Anhelo una comunidad más rica, como todo el mundo”, relata con palpable melancolía y un dejo de amargura en uno de sus tantos regresos a uno de sus tantos lugares en el mundo, donde habita la luz pero también la sombra.

    Leer "Diarios" es un privilegio que ningún lector sensible debería perderse. Un valioso, riquísimo viaje hacia el interior de John Cheever, quien paradójicamente –o quizás no– se convierte en el anfitrión del universo íntimo que pretendía dejar oculto.

 

Carlos Algeri (*)

(*)Periodista y escritor (Website: www.carlosalgeri.webnode.com ; Blog: www.el–escribidor.webnode.es)

 

10/2018

 

 

 

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