Reflexiones sobre Bob Dylan, el Premio Nobel y las decisiones que rompen el molde

 

 

Dylan

    El presente artículo ha sido escrito en virtud de la última entrega del premio Nobel de Literatura y no versará sobre el talento artístico de Bob Dylan, cuya talento es tan evidente que no necesita ser demostrado, sino sobre los criterios utilizados para su distinción.

    Cabe comenzar, si es propicio, por las candidaturas. Toda candidatura tiene siempre un carácter engañoso, ya que una estructura de poder (y con intereses creados) pone a unos por sobre otros, no sólo restándoles valor, sino ejerciendo una presión ostensible en aquellos que tienen la honrosa tarea de decidir.

    Cuando alguien obtiene un reconocimiento (el Nobel, en este caso) sin estar en la terna de favoritos, sucede la sorpresa. La sorpresa –según explica Bruner- es la reacción ante la transgresión de un supuesto. Cuando el supuesto se rompe, ocurre lo que nadie esperaba. Sin embargo, no deja de asombrar que Dylan, cuya candidatura lleva años juntando polvo, haya sido distinguido por la Academia Sueca.

    Esto se debe, principalmente, a dos factores: en primer lugar, la poca presencia entre los favoritos impuestos por los grandes medios de comunicación y las editoriales y, en segundo lugar, su asociación inevitable a la música como disciplina artística que, si bien no lo limitaba, lo condicionaba.

    Todos los años, aparecen injustas listas (arbitrarios recortes) de precandidatos al Nobel, cuyos nombres sobresalientes suelen ser los de Haruki Murakami, Milan Kundera, Salman Rushdie, Philip Roth, Don DeLillo, Joyce Carol Oates y César Aira, por mencionar algunos ejemplos.

    Curiosamente, Dylan ocupa desde hace años un lugar en esas ternas, pero, a priori, se sentía la desigualdad en la competencia por provenir de otra disciplina, aunque fuese de lo más masiva. Muchos consideran que la Academia Sueca perdió la brújula, pero es preciso aclarar que no sólo se está premiando el talento literario de Dylan y sus aportes a la “gran canción americana”, sino el valor de su obra en un contexto determinado.

    Sus canciones no son mejores o peores que los poemas de Sully Prudhomme o Salvatore Quasimodo (ambos Nobel en distintas épocas), sino que tienen un valor propio determinado por el contexto en el que se desarrollan.

    Borges, emblema del Nobel no recibido, dijo hacia 1984: “La Academia Sueca antes premiaba a escritores que eran mundialmente conocidos. Ahora ha cambiado de modus operandi: se dedica a descubrir valores. No lo reprocho, me gustaría ser descubierto”.

    A esta perspectiva, se le suma un antecedente inmediato: la ganadora del premio 2015 fue la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, cuya producción narrativa se desarrolla en el periodismo, género literario de estos tiempos.

    Visto así, parece que el criterio de selección no quedaría sujeto al análisis de la obra prolífica de algún escritor reconocido (aunque más no sea por sus ventas), sino por la significación que produce esa obra en relación con su entorno. La Academia desea adecuarse a su época y, en cierto modo, esa debería ser una noticia para celebrar.

    Sara Danius, secretaria permanente del Comité del Premio Nobel, ha destacado que la importancia de la canción viene desde Homero y Safo “que escribían textos poéticos destinados a ser escuchados, a ser interpretados con instrumentos. De la misma forma con Bob Dylan. Todavía leemos a Homero y a Safo y lo disfrutamos, y lo mismo con Bob Dylan, él puede ser leído y debe ser leído. Es un gran poeta en la tradición poética en inglés".

     Si esto es el reconocimiento por parte de la Academia al nacimiento de la canción como género literario (con poco más de cien años de demora), valdría la pena preguntarse por qué se pone en valor la poesía del rock estadounidense, que acumula 12 galardones, y no la de los trovadores cubanos que jamás fueron premiados, pero esa ya es otra discusión.

Esteban Daniel Furci

10/16

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