Si bien se hace difícil separar el costado artístico de la visita del gran artista peninsular de la situación en la que, a su pesar, se vio implicado Domingo - a tal punto que de algún modo se convirtió en necesario componedor ante los músicos en rebelión para que su viaje al país no resultara en vano, y hasta se solidarizó con ellos- es necesario remarcar en primer lugar su actitud profesional tanto para con el público como para con quienes iban a compartir el escenario con él.
Esta postura se vio reflejada en las más de dos horas de concierto, en las cuales el tenor español desplegó su técnica y su eficacia interpretativa haciendo un paseo musical por los más variados géneros, sin dudas una marca registrada en este notable cantante que años atrás compartió aquellas multitudinarias experiencias con colegas como José Carreras y el ya fallecido Luciano Pavarotti.
Así, Plácido Domingo – en cuya visita tuvo esencial participación la Fundación Beethoven- transitó por los senderos que mejor maneja - la ópera, la zarzuela - y no se privó de internarse por caminos menos puristas pero que a lo largo de su carrera le dan dado el rédito de ampliar su red de seguidores: el bolero, la canción popular de distintas regiones del globo, y en una infaltable gentileza a la identidad porteña, concedió algunos tangos, experiencia que ya abordó un par de décadas atrás en un recordado ( y también polémico) disco dedicado a ese género.
La convocatoria fue envidiable, aunque razonable en virtud del día destinado al evento, un feriado especial a partir de la conmemoración de una fecha símbolo de iniquidad y muerte difícilmente olvidables - pese a ciertos empeños en borrar la memoria- enmarcó con entusiasmo y reconocimiento una actuación que aún con altibajos, mantuvo un nivel de jerarquía poco habitual.
Junto a Domingo, que se dio además el lujo de dirigir a ese seleccionado de músicos integrantes de la Orquesta Estable del Colón y de la Filarmónica en la monumental “Marcha Triunfal” de “Aida” (Verdi), se destacó la joven y talentosa soprano Virginia Tola, para quien seguramente esta jornada puede haber sido una bisagra en su carrera, mientras que el director de orquesta estadounidense Eugene Kohn condujo con especial sobriedad.
Quizás para los puristas del género clásico el espectáculo que propone Domingo no sea el que más festejen. Tal vez lo tildarán de "demasiado masivo", de poco riguroso o que "mucha gente va de pasada, porque es gratis y se entretiene". También es cierto que, puestos a elegir, las aguas en las que Plácido Domingo se mueve mejor sean las que supo transitar desde sus comienzos, y para las que está más capacitado.
Pero si de algún modo hay hechos culturales que a nivel masivo puedan atraer a mucha gente, aún al menos avezado, a participar – aunque más no fuera por curiosidad-de un evento que contribuya a abrirles otro camino que no sea el del facilismo digerible, será una forma de colocar, como diría Pink Floyd, otro ladrillo en la pared.
Y para el futuro, queda por señalar la imperiosa necesidad de que algunas autoridades entiendan que tan importante como el derecho a la cultura es el respeto a la actividad de los profesionales que se dedican a ella, y que la solución no pasa por calificar de “vándalos” a trabajadores de la cultura que reclaman por sus derechos, negarse a dialogar para encontrar soluciones conjuntas, y apelar a represalias absurdas como la no renovación de contratos – felizmente resuelta en los últimos días - , o el inicio de acciones legales a personas que sólo cumplen con su misión de ser delegados, aún cuando hayan contribuido a paralizar las actividades del teatro si consideraban que sus demandas no habían sido satisfechas.