ALCON Y FURRIEL, COMO EN UN TABLERO DE AJEDREZ

    Sin duda uno de los acontecimientos teatrales del año, en la Sala Casacuberta del Complejo Teatral San Martín, Corrientes al 1500, se sigue presentando "Final de Partida", una de las obras más trascendentes y visitadas del irlandés Samuel Beckett, con Alfredo Alcón y Joaquín Furriel en los papeles principales, junto a los aportes de Graciela Araujo y Roberto Castro, y la dirección del mismo Alcón.
    Sobre esta obra, Beckett escribió que "hay que negarse a cualquier explicación e insistir en la extrema sencillez de la situación y del tema" y agregó que "no tenemos claves que ofrecer para desentrañar misterios que sólo ellos, los que preguntan, se han inventado". Para Beckett, Hamm "es lo que es en la obra y Clov es lo que es en la obra" y concluye que "en un lugar así y en un mundo así, "Final de partida será mero juego, nada menos. De enigmas y soluciones, ni una palabra. Para cosas tan serias están las universidades, las iglesias, los cafés".
    Un escenario austero es el marco en el que se desarrolla esta pieza que resulta un verdadero ida y vuelta entre sus protagonistas, como en un tablero de ajedrez. Hamm, un hombre viejo, casi ciego y lisiado, que no se mueve de su amplia silla, pareciera querer seguir marcando con su presencia una influencia total y un mandato permanente sobre su cuidador, Clov, un hombre joven, que a veces cumple un papel de hijo, ya que lo conoce desde chico.
     El marco es una habitación despojada, con una gran pared en semicírculo, solo cortada a una altura considerable por dos ventanas, a las que sólo se puede acceder mediante una escalera, y que da a un ambiguo paisaje (el mar, una playa, un campo, el sol) que Clov continuamente describe a su patrón (no sabemos si le miente o no). A un costado, dentro de unos barriles, "viven" (en una extraña metáfora de presencia simbólica ) Nell y Nagg, los supuestos padres de Hamm, que duermen continuamente, y solo salen para quejarse, pedir algo y charlar entre ellos de los "buenos tiempos" .
    Así, entre Alcón y Furriel se desarrolla un verdadero duelo actoral, en que ambos se complementan a la perfección en sus dobles papeles de dominado y dominador, y cuyos roles van cambiando de acuerdo con los ejes de enfrentamiento. Todo gira alrededor de la existencia, de la necesidad de uno por el otro, de esa rara relación amo-esclavo, con la particularidad de que el amo en realidad es, por cuestiones físicas, dependiente de su cuidador, que se mueve con gestos casi torpes y mecánicos, pero que al enfrentarlo cuando se ve humillado parece manejar las riendas de la tan especial relación, de algún modo de amor-odio.
    Clov amenaza continuamente con dejar a Hamm solo, y éste se retuerce de angustia de solo pensar en quedarse sin compañía. La relación gira alternativamente entre aires de autoritarismo, burla e ironía, pero fundamentalmente, de referencias a afectos perdidos. Solo dos seres abandonados en el mundo, mientras las ventanas parecieran ser el aire deseado pero también el peligro que acecha.
     Una vez más, Alfredo Alcón llena con su presencia la escena. Le bastan pocos gestos para crear un clima dramático, y sobrelleva con sus variados recursos la evolución de la obra. Es una lección de teatro en sí mismo, y cada momento es creible. Pero Furriel no le va en saga, y demuestra una vez más una ductilidad ya probada, y que lo marca, más allá de sus numerosos trabajos en televisión, como uno de los mejores actores de teatro de su generación.


Pablo Quirós

final de partida1

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